Llamado y equipado por Dios
«Tu tarea para la exposición internacional del libro —me informó mi jefe— es organizar allí un programa de radio». Sentí temor porque era territorio nuevo para mí, y oré: Dios, nunca hice algo así. Ayúdame.
Dios conoce nuestras necesidades
Lando, un chofer de jeepney (una forma de transporte público en Filipinas) en Manila, tragaba café en un puesto junto a un camino. Después del aislamiento por Covid-19, la gente volvía a transitar, y pensó: Los eventos deportivos hoy significan más pasajeros. Recuperaré lo perdido. Por fin, puedo dejar de preocuparme.
Un corazón para Cristo
Mientras mantengas la boca cerrada —me dije—, no harás nada malo. Había estado refrenando exteriormente mi enojo hacia una colega después de malinterpretar lo que ella había dicho. Como teníamos que vernos todos los días, decidí limitar mi interacción a solo lo necesario (y vengarme con mi silencio). ¿Cómo podía un comportamiento inaudible estar mal?
Cuando Jesús se detiene
Durante varios días, el gato enfermizo no dejaba de llorar, acurrucado en una caja cerca de mi lugar de trabajo. Abandonado en la calle, muchos de los que pasaban no le prestaron atención… hasta que llegó Julio. El barrendero municipal lo llevó a su casa, donde vivía con dos perros anteriormente callejeros.
Crecer en Jesús
De niña, veía a los adultos como sabios e infalibles. Siempre saben qué hacer —pensaba—. Cuando crezca, también sabré siempre qué hacer. Ese «cuando crezca» llegó hace mucho, y lo que me enseñó es que, muchas veces, aún no sé qué hacer. Enfermedades de familiares, problemas laborales o conflictos interpersonales han arrebatado toda ilusión de control y fortaleza personal, dejándome una sola opción: cerrar los ojos y susurrar: «Señor, ayúdame. No sé qué hacer».
Soportar en Cristo
Cuando estudiaba en el seminario, teníamos un culto semanal. En uno de ellos, mientras cantábamos «Cuán grande es Dios», observé a tres de nuestros amados profesores cantando fervorosos. Sus rostros irradiaban gozo, lo cual solo era posible por la fe que tenían en Dios. Años después, cuando enfrentaron enfermedades terminales, fue esa fe la que les permitió soportar y alentar a otros.
Mi Dios está cerca
Durante más de treinta años, Lourdes, una maestra de canto en Manila, enseñó a alumnos cara a cara. Cuando le pidieron que dictara clases en línea, se puso ansiosa porque tenía una computadora vieja y no entendía las plataformas de videollamadas.
Dios no se olvidará de ti
En mi infancia, coleccionaba estampillas. Cuando mi angkong («abuelo» en el dialecto fuzhou) se enteró de mi pasatiempo, empezó a guardar estampillas del correo que recibía en su oficina todos los días. Siempre que visitaba a mis abuelos, Angkong me daba un sobre lleno de estampillas. «Aunque esté ocupado —me dijo una vez—, no me olvidaré de ti».
Confiando en Dios
Necesitaba urgentemente dos medicamentos. Uno para las alergias de mi mamá y otro para el eczema de mi sobrina. El malestar de ambas estaba empeorando, pero el medicamento ya no estaba disponible en las farmacias. Desesperada, oré una y otra vez: Señor, por favor, ayúdalas.
Aférrate a Jesús
Me sentí mareada mientras subía por las escaleras del edificio de oficinas. Sorprendida, me aferré al pasamano porque todo parecía dar vueltas. Con el corazón latiendo a mil y las piernas flojas, di gracias de que el pasamano era firme. Los exámenes médicos mostraron que tenía anemia. Aunque la causa no era grave y mi salud se recuperó, nunca olvidaré lo débil que me sentí ese día.